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CAPITALISMO=CORRUPCIÓN

Sat, 07 Feb 2009 00:09:04 -0300

Nestor Gorojovsky


Arno Mayer - Un festín de buitres: sobre la corrupción


Reconquista-Popular@lists.econ.utah.edu


Uno de los caballitos de batalla de la oposición antikirchnerista es la profunda corrupción que estaría aquejando al gobierno, y en especial a las áreas bajo el comando del Ministro De Vido.


La mayor parte de quienes agitan estos fantasmas no merecen respeto. Son tipos y tipas que ayer nomás festejaban la liquidación del patrimonio nacional, inventaban diputruchos para aprobar leyes contra el país, declaraban que todo se arreglaba con dejar de robar por un par de años (obviamente, después se seguiría robando?), o aceptaban sobornos vía Banelco contra los trabajadores (por no dar más que algunos de los pocos escándalos que han salido a la luz).


Y, fundamentalmente, fueron cómplices activos en la peor de las corrupciones, la que hizo retroceder más de un siglo (sí, más de un siglo, porque nos llevó bastante más atrás de 1880) a la Argentina: la de la genuflexión ante el poder imperialista y oligárquico.



Versión en castellano de Néstor Gorojovsky



Pero hay otros, y éstos son compañeros, que se dejan encandilar por los fuegos de artificio de estos profesionales de la la hipocresía moralista. Creen que es posible una revolución nacional con hegemonía del paradigma burgués y sin corrupción. En eso están equivocados. La corrupción es connatural al modo de producción capitalista. Éste se basa en la glorificación del éxito individual, y la venalidad es un camino tan válido como cualquier otro si el único objetivo es dicho éxito. Aquí, en Japón y en Islandia. O, paradigmáticamente, en los Estados Unidos de América del Norte.


El historiador Arno Meyer, uno de los principales en su oficio en ese país, hace algunas consideraciones que mal no les vendría a varios conciudadanos nuestros. Suponemos que, por tratarse de un académico neoyorkino, la Dra. Carrió no tendrá inconvenientes en suscribir lo que sigue.


Gentileza de la lista Marxmail

Counterpunch, Febrero 4, 2009
Un festín de buitres
Sobre la corrupción

By ARNO J. MAYER

A intervalos irregulares, casos de corrupción financiera o política a alto nivel sacuden a los EEUU.

Los medios denuncian indignados a los malhechores, como reafirmación de que, para ellos, EEUU se mantiene inocente e impecable. Apenas si se mencionan las prácticas y normas corruptas que son inherentes al capitalismo financiero contemporáneo.

De momento, los titulares los capturan Rod Blagojevich, gobernador de Illinois y aparentemente coimero, y Bernard Madoff, financista mundano.

Se acusa a Blagojevich de haber rematado una banca senatorial al mejor postor, según la senda trazada por Plunkett en el Tamany Hall. Pero es un pequeñuelo comparado con Madoff, a quien se acusa de organizar una Cadena de San Antonio por 50 000 millones de dólares: aparentemente el mayor fraude financiero privado de la historia. Madoff, ex presidente del mercado accionario Nasdaq y uno de sus tres principales participantes, lubricó su empresa por décadas por medio de contribuciones políticas estratégicas y combinando los negocios con la filantropía (de ese modo elevó su status social y calmó su conciencia).

El estallido de la burbuja financiera de Wall Street, que había contado con la convalidación aval oficial, puso al descubierto el esquema piramidal de Madoff. Pero éste solo puede entenderse en el contexto que le brindó la cultura y praxis corrupta que tan difícil le hace al presidente Barack Obama separar la paja del trigo al momento de armar su gabinete, elegir el personal de la Casa Blanca, y encontrar su círculo íntimo de consejeros.

La corrupción es una palabra-concepto de alto contenido polémico. Su uso retórico se adapta a la guerra política. Se utilizan sus acusaciones que incluyen el soborno, la extorsión y el nepotismo- para movilizar apoyo popular contra competidores o rivales. Es un fenómeno de sicología y acción de grupos.

Históricamente, los significados que se le asignan varían de una civilización a otra, de un siglo a otro, y de un país a otro. Pensar la corrupción críticamente es pensar en la venalidad, pero no solo en la de los políticos sino también en la economía, en las finanzas, en la religión, en el deporte, en la educación y en los intercambios sociales. Y aún en este caso, se juzga y castiga con mucha menos severidad a los sujetos privados que ofrecen sobornos que a los políticos, funcionarios estatales y burócratas que los solicitan y se los embolsan, aparentemente porque éstos traicionan la confianza pública.

El desequilibrio es mayor aún en las sociedades donde los ricos más ricos, tanto individuos como grandes sociedades, están en condiciones de corromper a servidores públicos de medios modestos.

Si la venalidad es innata al ser humano, no debería sorprender que los politicos o funcionarios estatales de carácter electivo sean corrompibles. No son ángeles que piensan siempre en sus libros de plegarias los que dirigen la sociedad política. Las palabras de Lord Acton (el poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente) están en la naturaleza y lógica misma de las cosas.

Como la corrupción es crónica en la sociedad civil y política (y hay momentos, como observó Bertolt Brecht, en los cuales encontrar un funcionario que acepta una coima es encontrar el humanitarismo), la cosa no está en la corrupción en sí, sino en su virulencia y el grado de su extensión.

Es muy probable que las así llamadas sociedades primitivas hayan sido las menos abiertas a la corrupción, porque no tenían (o tenían poca) separación entre la esfera pública y la privada; y esta separación es una precondición para que el soborno subvierta la entrega no venal de regalos.
Pero soborno, especialmente de los jueces, existió entre los egipcios, los babilonios y los hebreos.

En Grecia, hacia el siglo cuarto antes de Cristo, el soborno se desarrolló a la par del desarrollo de la ciudad, la economía y del gobierno, así como con la creciente necesidad de contar con asambleas públicas adictas. Roma jamás estuvo libre de venalidad, aunque solo empezó a sofocar a la sociedad civil y política a fines de la República y con la expansión imperial: ventas de cargos públicos, contratos y concesiones, coronadas con el clientelismo y la cooptación de la plebe con pan y circo. Hasta el puesto del Emperador llegó a ponerse a veces al mejor postor.

La simonía eclesiástica debe de haber sido la forma más usual de mordida en el medievo, pero la compra o venta de puestos públicos judiciales y fiscales en particular- se volvió no infrecuente en la Francia e Inglaterra de la naciente Europa moderna, complementariamente a los oficios hereditarios. La colonización ultramarina europea abrió nuevas vías a la corrupción en la metropolis, así como en las distantes provincias imperiales. La corrupción siempre fue un aspecto necesario del imperialismo; incluía la compra y venta de gordas licencias, concesiones y contratos de explotación económica y fiscal de las colonias; en particular para extraer recursos y mercancías no renovables.

Por lo tanto, la corrupción no prevalence del mismo modo en todo momento y lugar. Cuando hay transiciones económicas y cambios socials, cuando las esructuras gubernamentales y legales carecen de coherencia y cuando las convenciones socials están en situación fluida (EEUU entre 1865 y 1890; los nuevos estados del Medio Oriente, Africa y Sudeste de Asia postcolonial; los países de la ex Unión Soviética y sus viejos satélites después de 1989), la corrupción se hace rampante y refulge porque aparecen oportunidades que ni tentadores ni tentados hubieran imaginado antes. La gran corrupción supera a la pequeña mordida.

Con su frontera móvil, y especialmente entre la Guerra Civil y bastante después de fin del siglo XIX, la corrupción en EEUU floreció. Los legendarios barones ladrones y capitanes de la indusria, celebrados retrospectivametne como los fundadores del capitalismo estadounidense, construyeron sus imperios comerciales recurriendo calculadamente a la corrupción masiva del estado local, estadual o federal- para obtener ganancias privadas. Imperaba un clima de laxitud moral relativa y muy tolerada, el fraude y la mordida se volvieron salvajes, particularmente en la frenética carrera para obtener derechos de paso ferroviarios, concesiones de tierras públicas para explotar bosques, minerales y petróleo, y por aranceles, impuestos y normas comerciales favorables.

Para obtener sus fines, los Cooke, los Gould, Vanderbilt, Rockefeller, Huntington, Stanford, Frick o Carnegie destinaron vastas sumas a arreglar las cosas. Competían en la coima a senadores y representantes de los dos partidos, en sobornar electors, en comprar diarios y en seducir a los intelectuales de expectación pública.

Unos pocos magnates, en la esperanza de bajar los costos de arreglar las cosas, se propusieron directamente para los cargos públicos, utilizando su riqueza para obtener el poder politico.

Los gigantes de ciertas actividades, en vez de combatirse mutuamente frente a controles gubernamentales relativamente desdentados, entraron en colusion, organizaron trenzas y finalmente fusionaron sus empresas.

A fines de la década de 1870, John D. Rockefeller se convirtió en un notable prófugo de la justicia, que lo buscaba por las fraudulentas e ilegales practices que empleó para construir su Standard Oil. Para eludir a los funcionarios judiciales se lo pasaba atravesando límites interestaduales hasta que, temeroso de un arresto seguido por extradición, se refugió en el agujero de su gran propiedad en Pocantico, New York, rodeado de guardias de seguridad que debían rechazar a los funcionarios que trajeran citaciones.

Con el tiempo, ansioso por mejorar su imagen y status, el nabab del petróleo empezó a poner algo de su riqueza sucia en obras filantrópicas. Mark Twain comentó que a lo largo de todas las eras las tres cuartas partes del apoyo a las grandes obras de caridad ha sido dinero culpable.

Durante el siglo XX, EEUU emergió como potencia imperial, y esto no podia sino traer una nuevo florecer de la corrupción. El imperio de EEUU, a diferencia del romano o de los imperios europeos de ultramar, que se gobernaban en forma directa, se basaba en vínculos indirectos. Dio nacimiento a un complejo militar-industrial que se convirtió en causa y efecto de un gasto público en crecimiento constante para enormes contratos militares que, históricamente, han sido un camino excepcional para los acomodos. El crecimiento de este poderoso estáblishment defensivo, que con sus bases militares y aliados subalternos cubre el mundo entero, va de la mano con la llegada planetaria de los EEUU imperiales a mercancías críticas e invalorables, que a su vez implican contratos enormemente lucrativos pero también de alta capacidad de corrupción. Estos manotazos se facilitan por el liderazgo estadounidense en aeronáutica, telecomunicaciones, farmacología y tecnología computacional; todas estas actividades exigen licencias, cuya obtención está plagada de tráfico de influencias.

En nuestros tiempos de capitalismo financiero universal, la vieja política de la coima y el acomodo fue superada por la hípercorrupción: tanto la directa como la meandrosa, tanto la legal como la ilegal. La desindustrialización ha barrido Estados Unidos, así que ya no hay un senador que represente al estado de la Boeing, ni un presidente de directorio de sociedad anónima y futuro secretario de defensa (el jefe de General Motors Charles Wilson)- para declarar que lo que es bueno para la General Motors es bueno para EEUU.

En términos generales, los objetivos se han tornado menos insulares: las coimas, que asumen la forma de contribuciones y regalos de campaña, buscan influir cuando no comprar- decisiones legislativas y adnministrativas para beneficiar gigantescos intereses, muchos de los cuales son transnacionales. Es más: con la globalización de la economía y la finanza, la corrupción también se hizo planetaria. Solicitantes y suplicantes recurren a ella en la carrera por contratos comerciales e influencia política.

Tan sistémica es la corrupción en los EEUU que no sólo la practican las megacorporaciones y las empresas financieras, sino también las calificadoras y los estudios constables. Y se ceba en el Viejo Mundo, donde los escándalos de Vivendi, Parmalat y Afinsa/Escala son análogos a los de Enron y WorldCom en el Nuevo Mundo.

Obviamente no todos los culpables son ejecutivos societarios de tiempo completo Sigue habiendo individuos súper-ricos que hacen arreglos como quien toma la leche. Hill, Gates y Sergey Brin, Warren Buffet y George Soros lo hacen a la vista de todos; los Marc Rich y los Boris Berezovsky, de un modo subrepticio. Estos últimos no reconocían lealtad nacional: Rich renunció a su ciudadanía estadounidense para tomar pasaportes español, suizo e israelí, con lo cual se le hacía más fácil ganarle la carrera a los agentes de la ley; Berezovsky huyó al Reino Unido para escapar de las cortes rusas. Confirmando el axioma de Mark Twain, todos ellos hacen grandes donaciones a causas filantrópicas.

Pero en general, la mayor parte de los grandes tentadores son Funcionarios Ejecutivos en Jefe (CEO) sin rostro conocido, que intentan acrecentar las fortunas corporativas al mismo tiempo que las propias.

Junto a las trenzas y los grupos de presión bien financiados, son ellos los que se encargan de la mayor parte de las donaciones a los dos grandes partidos políticos; dejan muy atrás a los sindicatos y a los grupos cívicos. Los republicanos y demócratas afines al mundo de los negocios, que financian sus elecciones y avances con fuertes sumas de las grandes sociedades anónimas y asociaciones comerciales (las cuales, por lo tanto, a su vez los tienen en su poder), son cada vez más hegemónicos en las ramas legislativa, ejecutiva y administrativa del gobierno, a nivel federal, estadual o local. La simbiosis entre el comercio corporativo y el gobierno corporativo se hace posible porque hay una puerta giratoria entre el sector privado y el sector público.

Sin cortar sus lazos con el Camino de Cintura [N. del T.: el Beltway, la ruta perimetral que define los límites externos de la sede del gobierno estadounidense en Washington; se usa como sinónimo del gobierno federal de EEUU], los de adentro se vuelven de afuera y promueven sus propios intereses hasta que finalmente retornan al poder. Para consolidar su pedigrí, muchos buscan y obtienen- asociaciones con universidades de elite o think tanks.

Cuando están lejos del poder, los politiqueros y funcionarios más visibles convierten en dinero su experiencia y sus conexiones con el gobierno, los negocios corporativos y la alta sociedad, tanto dentro como fuera del país. Salvo Jimmy Carter, todos los expresidentes de EEUU buscan y obtienen grandes sumas por sus discursos favorables a las grandes compañías petroleras.

Antiguos miembros del gabinete y asesores de máximo nivel organizan consultoras de alto poder, se unen a ellas o las aconsejan. Estas empresas se dedican al tráfico de influencias trasnacional y trenzan a favor de clientes locales y extranjeros, cobrando honorarios acordes con su muy promocionado acceso a los recovecos internos del poder político y societario: del lado republicano, están James Baker III, Henry Kissinger, Thomas McLarty, Peter Peterson y John W. Snow; los demócratas tienen a Madeleine Albright, Sandy Berger, William Cohen, Carla Hills y Richard Holbrook.

El Grupo Carlyle de James Baker, con el ex presidente George H. W. Bush como consejero en jefe, es el arquetipo de estos tanques de corrupción que, junto con los grandes estudios jurídicos, contables, de inversión y de relaciones públicas, se constituyen en un plexo formidable de influencia y poder. Los altos oficiales retirados de las Fuerzas Armadas también hacen plata usando sus credenciales y acceso a los contratistas de defensa en su calidad de aportantes publicitarios, lo que les permite actuar en los medios como analistas militares.

El siglo XXI está presenciando el nacimiento de un nevo concierto de naciones, no dominados ya por un solo país sino por varios. Sus sistemas politicos son radicalmente diferentes, pero todos están anclados en una forma nueva de capitalismo de estado, que es el que los guía. Las rivalidades entre los principales actores estatales se intensificarán por el agudizamiento en la competencia por el acceso a los recursos cada vez más escasos, o por su control: energía, comida, agua. El crecimiento demográfico, además, seguirá centrado en países crónicamente inestables, arrasados por la pobreza y la desnutrición. No pocos de estos estados miserabilizados están dotados con valiosos recursos naturales que controlan élites etrecha e inveteradamente venales.

Esta reversion a un sistema multinacional dominado por varias grandes potencies que practican un mercantilismo de nevo tipo es un regalo para la corrupción. Los traficantes de corrupción del capitalismo financiero de estado trabajan mano a mano con los barones ladrones de la creación destructive y con los arregladores de estados emergentes y fracasados.

Los primeros denuncian a los segundos por su cruda y descarada corrupción, y por su nepotismo. Lo hacen todo el tiempo, mientras acuerdan con ellos. ¿Y los Blagojevich y Madoff? Seguirán siendo figurantes coloridos, y seguirán permitiendo desviar las miradas del festín de los buitres.

Arno J Mayer es profesor emérito de historia en la Universidad de Princeton. Escribió The Furies: Violence and Terror in the French and Russian Revolutions.